
CONFESIONES DE UN CONFESOR:
UNA CONVERSACIÓN CON FRAY JORGE MARIO DE SAN JOSÉ
Nacido en Medellín el 26 de septiembre de 1967, Fray Jorge Mario de San José, o Jorge Mario Naranjo, es un sacerdote carmelita descalzo.
“¿Cuál es el carisma de nosotros? La espiritualidad como un camino de humanización: entre más ames al ser humano, más humano” dice Jorge Mario frente a la cámara de su computador. “Lo que nos hace verdaderamente humanos es el amor, y el amor es esa conexión con Dios.”
La Orden de los Carmelitas Descalzos se remonta al Monte Carmelo, en Israel, pero es en Ávila, España, donde nacen formalmente luego de que Santa Teresa de Jesús y San Juán de la Cruz hicieran una serie de reformas a la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo.
Son una orden mendicante, es decir, que viven de la ofrenda. Cuando se inician hacen un voto de pobreza que les impide tener posesiones. “Yo no tengo nada a nombre mío, yo no puedo tener un carro, una casa, no. Todo es de la comunidad, y la comunidad suple mis gastos, y todos trabajamos para todos” cuenta Jorge Mario.
Una postura tal vez radical, dirían algunos, para alguien que nunca imaginó convertirse en sacerdote. “Yo no quería ser sacerdote, yo nunca me lo imaginé, yo soy ingeniero geólogo de la Universidad Nacional.”

Jorge Mario con su papá el día de su grado universitario
Es enfermo por el fútbol e hincha a morir de Nacional, tanto que fundó “El pregón verde”, una barra de Nacional en la tribuna oriental del Atanasio Girardot, de la que también fue presidente por varios años.

Jorge Mario con su hermano gemelo en el Atanasio Girardot
También le gusta El Principito. Dice que, además de la Biblia, ese es su libro de cabecera. “Me sé fragmentos enteros, he montado muchas charlas a partir de él. Para mí es un camino de humanización, es un libro espiritual.”
Se volvió hacia la Iglesia cuando su mejor amigo, Andrés, falleció de un paro cardiaco de camino a una fiesta.
“Me dijeron que era la voluntad de Dios, que Dios se lo había llevado porque lo necesitaba. Pero yo venía peleando mucho con Dios desde esa religiosidad que me presentaron desde niño en colegio de curas, y que mi mamá reforzaba con una formación que ella tuvo con religiosos: un Dios como muy castigador, muy verdugo con el corazón, que nos respiraba en el cuello, como decía Feuerbach, para mandarnos a los infiernos, un Dios como muy implacable.
Y ante la muerte de Andrés, entré como en un camino de preguntas existenciales, estudiaba en ese entonces en la Nacional y me metí mucho con los maestros de la sospecha, Freud, Marx, Nietzsche, me metí pues con Feuerbach, Sartre, tratando de encontrar respuestas. Pero yo veía que ellos, después de matar o negar a Dios, pues terminaban matandosen ellos, entonces yo decía, tampoco encontraron la respuesta.”
Un día, para ganarse el favor de su mamá, que “estaba que me echaba de la casa porque había montado un bar con un amigo, y para ella un hijo tabernero pues era el peor pecado”, asistió a un encuentro juvenil religioso “como por tranquilizarla un poco. Allá me dijeron algo que yo comenzaba a intuir: que Dios realmente me amaba, que Dios no me respiraba en el cuello, que Dios me acogía siempre, en medio incluso de mis equivocaciones. Allá conocí del amor de Dios.”
Hoy lleva ya 28 años de haber entrado a la comunidad carmelita y 20 años de sacerdote, oficiando eucaristías, y oyendo confesiones.

El día de su ordenación como sacerdote
La confesión, como el diario, suele ser un espacio para contar intimidades. La gente se desparrama en palabras narrando lo que, por alguna u otra razón, le quita el sueño, como para “desahogarse” e intentar encontrar algún tipo de ligereza, y de paz.
Y aunque Jorge Mario suele ser quien escucha, esta vez es él quien se confiesa.
Comencemos con lo básico, padre. ¿Qué es la confesión?
Lo primero es que eso corresponde a un sacramento, sacramento de la reconciliación. Las primeras comunidades no tenían la confesión auricular, que es el acto de confesarse con un ministro autorizado para comunicar el perdón de Dios, sino que en medio de la comunidad reconocían sus fallos, porque sabían que sus fallos afectaban a la comunidad. Nuestro pecado es pecado social.
Fue siglos más tarde, en los monasterios, que se comenzó a hacer la confesión auricular. Y es ahí también que nacen los penitenciales, que eran las penitencias que se ponían de acuerdo con el pecado, porque la concepción que se tenía era que a Dios había que pagarle con algo para ganarse su perdón.
Y eso es algo que todavía mucha gente cree, sobre todo de la vieja guardia, porque así se los enseñaron, entonces muchas personas dicen, padre, por favor, póngame una penitencia.
¿Que suelen ser cuáles?
Cada padre tiene su parámetro, y generalmente suelen poner penitencias como rezar rosarios, o ir a la eucaristía, rezar avemarías, padres nuestros. En muchos seminarios dicen que tal pecado requiere esto, que este pecado requiere aquello.
Pero yo realmente siento es que Dios nos perdona gratis.
Desafortunadamente, yo siento que nosotros hemos desfigurado la confesión, y no ha sido lo que debería ser, por eso mucha gente no se acerca.
Y entonces, ¿qué debería ser?
Una confesión debería ser como querido diario, querido dios, querido padre que me acoge, mirá, esto me lastima.
El confesor, lo único que tiene que hacer es ser un oído, ser la capacidad de escuchar al otro. ¿Para qué? Para que el otro, verbalizando lo que siente, lo sane. Porque vos sabés que si uno no verbaliza las cosas, no hace catarsis. Todos necesitamos desaguaderos, decía Santa Teresa.
Entonces qué rico como yo encontrar un cuadernito en blanco en el confesor y poderle decir las cosas como yo se las quiero decir, y que él simplemente cierre ese cuadernito después de la escucha.
Pero la confesión se convirtió en un interrogatorio, los padres preguntones, los padres que direccionan morbosamente el diálogo, que lanzan juicios categóricos, que generan sentencias. No. Dejó de ser el diario, el diario nunca te juzga, el diario solo escucha, y eso debería ser el confesor.
Yo por eso trato de conservar mucho silencio, simplemente le digo dos o tres palabritas al final y no más, eso no se vuelve a comentar porque además es secreto, porque tenemos un voto de lo más sagrado que es el sigilo de confesión.
Pero supongo que habrá algún momento en que tenga que romper ese voto, algo muy extremo. ¿Qué pasa si alguien le confiesa un delito?
No, yo tengo que guardar silencio, y lo he hecho, porque he recibido ese tipo de confesiones.
¿Sí?
A mi vino un muchacho a decirme, en una parroquia que teníamos en una de las comunas de Medellín, padre yo a usted lo quiero mucho, y se lo quiero decir, el carro de ustedes ya está vendido, entonces para que lo entregue cuando se los vayan a robar. A los 15 días me lo robaron. Me avisaron que me iban a robar el carro, y yo sabía que él estaba involucrado, pero yo qué podía hacer. Yo les dije a los padres, el carro nos lo van a robar, entonces nada de repulsas, el carro se entrega, ese está asegurado, y ya.
Pero ¿hay algo que la Iglesia no permita absolver?
A ver, hay un sector de la Iglesia que no da ciertas absoluciones para cierto tipo de pecados. Por ejemplo, el aborto. O hay muchos que no dan la absolución a los que se han separado y vuelto a casar, pero no han podido anular su primer matrimonio. Los que tienen segundas nupcias por lo civil o viven en unión libre.
Yo no le niego la absolución a nadie. ¿Por qué? porque yo sé que el que perdona es Dios y su misericordia es infinita, yo no tengo autoridad moral para decir, yo le niego la gracia a usted.
Hay cosas que un sacerdote puede decirte: no eso yo no te lo voy a recibir en confesión, o te lo va a denunciar o lo que sea. Yo nunca lo he hecho. Para mí el que llega a confesarse, llega a ponerse frente a Dios para entregar todo su dolor y se lo tengo que recibir, yo se lo recibo.
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Fia
¿Qué pasa si un católico no se confiesa con frecuencia?
Hay mucha gente que no se confiesa, por muchas razones. A veces les va muy mal con quien los escucha, o a veces dicen, no, yo qué me voy a confesar con un man que es más pecador que yo.
Yo personalmente me busco siempre al padrecito más torcido que yo porque me da menos pena. Yo sí prefiero, me alegra mucho que el padre también sea pecador porque me siento con más tranquilidad de descansar mis realidades.
Hay sectores de la iglesia, y quiero que con esto quedemos claros, hay sectores más de ultraderecha de la iglesia, y hay unos sectores más amplios, más abiertos. Los más godos dirán que vos estás en pecado, que por qué no te has confesado, que lo tenés que hacer con un cura y con cierta frecuencia.
Yo estuve en un grupo religioso donde cada semana me tenía que confesar con un padre de esos de sotana negra, y ¿sabe qué hacía yo? Me inventaba pecados, hermano, pero lo último que yo confesaba para irme tranquilo era: padre, yo he mentido, porque como toda la confesión había sido mentira, hermano. Porque es que yo no sabía qué más decirle.
Entonces yo siento que cada persona es libre. Yo le digo a la gente, la confesión es como un bulto y usted lo va llenando de lodo, le huele maluco, y lo carga a todas partes, donde va le huele maluco y le pesa. La confesión es ir a donde un man y decirle vea, aquí le dejo esto que me está pesando y tengo que andar liviano.
Y de tanto recibir bultos, ¿no comienzan a pesarle?
Si yo me quedo con el bulto, termino aplastado. Claro, porque son cosas negativas que estoy escuchando. Yo le entrego eso a Dios. Señor vea, esto fue lo que dejaron conmigo. Dios es un gran reciclador, es capaz de hacer con eso abono para el corazón humano, él es un gran reciclador.
Hay situaciones que me afectan un poco más y que me cuesta más dejarlas soltar y que incluso me las llevo en oración, realidades muy duras, personas que tienen dolores muy grandes. Entonces yo me las guardo una semanita más para orar por ellos, para estar como en sintonía espiritual con esas personas, pero por lo general suelto.
Hay quienes dicen que la confesión es un mecanismo de poder a partir del cual se crea un tipo de persona particular, que a través de la confesión se pretende construir subjetividades específicas. ¿Usted qué opina?
No solo la confesión ha hecho eso, todo lo que significa adoctrinamiento. Nosotros estamos llamados a ayudar a formar conciencias, que no es lo mismo que direccionar conciencias. Al contrario, si usted le ayuda a formar la conciencia a otra personas, lo hace un espíritu libre para que decida por un lado o por el otro. Sin sentir que por el lado que decidió está bien o mal.
Y sí, como confesor yo estoy en una posición de poder sobre usted que llegó a mí, y claro, podría decirle, haga esto, o haga lo otro, y váyase por acá o por allá, y claro, se ha utilizado.
Es que solo es mirar nuestro país, la guerra entre liberales y conservadores fue muy orquestada por la iglesia, que apoyó al partido conservador, e incitó muchos odios y muchas rencillas.
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¿“Formar conciencias” no es lo mismo que “direccionar conciencias”?
A ver, lo que pasa es que la palabra formar es dar forma, entonces eso vos podés decir, claro estamos generando una cuadrícula y ahí los estamos metiendo.
Pero no, para mi formar conciencias con los valores de los evangelios es decir: vos sos un ser libre, que vos tomés conciencia de que vos son un ser libre, que vos tomés conciencia de que sos una criatura de amor, que yo te pueda decir que sos un ser relacional y que tomés conciencia de la capacidad que tienes de relacionarte con otros. ¿Cómo te vas a relacionar? A tu manera. ¿Cómo vas a vivir la libertad? A tu manera. ¿Cómo vas a manifestar el amor? A tu manera. Yo no te puedo decir que tiene que ser de esta forma, en este lugar y con este.
Mire una cosa tan sencilla: direccionar una conciencia es decirle a una persona que tiene una orientación sexual, que está en pecado y que tiene que negarse a esa condición.
¿Qué es formar conciencia? decirle a una persona con x orientación sexual: usted tiene una capacidad de amar infinita que se la dio Dios desde la cruz, o sea le dijo, ame con toda la fuerza, entonces ame. Yo no le estoy diciendo que usted tiene que amar a esta persona, un hombre o una mujer, de esta manera, no no no. Usted es una criatura de amor, no se niegue al amor.
Ahora me mencionaba que fue párroco en una de las comunas de Medellín. ¿Podría comentarme un poco más de eso?
Eso fue en la comuna nororiental, ahí en Manrique, entre el 2000 y el 2002. De ahí para arriba hay mucha pobreza, hay varios combos, por ese sector fue que estaba todo lo de La Sierra, todo esto de los paracos, todo lo del Cacique Nutibara, que se volvieron una célula urbana de los paramilitares, y se enfrentaban con comandos urbanos de las Farc. Y hubo mucho muerto.
Yo hacía un funeral de un joven, y yo sabía que a la semana llegaba muerto alguno de los que lo mató a él, porque los otros muchachos siempre decían: parcero, juramos que te vamos a vengar.
Aún así fue muy bonito. Yo trabajaba como vicario de esa parroquia, acompañando pues al párroco. Hicimos proyectos muy lindos para recuperarle a la violencia muchos jóvenes, y tuve anécdotas como estas:
Un día fue un muchacho a decirme, padre yo quiero hacer la primera comunión, pero me da pena con esos niños porque yo ya estoy muy grande. Ese pelao tenía 17 años y estaba con otro que tenía 18, iba pa 19. Y yo le dije listo, yo te preparo. Sábados a tal hora. Bueno.
Faltó un sábado, yo le dije pilas hay que venir. Volvió a faltar al otro sábado y ahí yo le dije, a ver hermano, si usted quiere perder el tiempo, yo no, tranquilo, comulgue, comulgue así.
A mi ser sacerdote me ha enseñado muchas cosas para colocarme en la orilla del otro.
Me dijo no padre, venga yo le digo por qué no he podido venir. Yo ni le pregunté por qué no viniste, es que era lo primero que debí haber preguntado.
Padre es que el parcero y yo pertenecíamos a un combo de la otra comuna, y nosotros hacíamos vueltas. Un combo que hace vueltas es un grupo sicarial. Y a nosotros nos mandaron a matar a un cucho en un parqueadero. Y ese cucho cuando lo íbamos a matar nos miró muy raro y nos dijo, que Dios los bendiga, y no fuimos capaces de matar a ese cucho. Y por no haber sido capaces de matar a ese cucho, nos van a matar a nosotros. Entonces yo estoy escondido donde una tía porque no quiero que me maten antes de hacer la primera comunión. Entonces cuando yo veo que hay gente rara, ellos lo llaman pajarerar, pajareando, yo no puedo salir. Por eso no vine el sábado pasado.
Supongo que no fue fácil ganarse la confianza de los jóvenes.
Yo comencé a conquistarlos con el fútbol. Yo ponía unas canchitas en la calle, cerrábamos la calle, llegaba la policía, la abríamos, se iban y volvíamos y la cerrábamos. Y armé torneos, y les sacaba yo el agüita o el juguito y nos poníamos a conversar y comencé yo a conocer sus historias. Escucharlos, simplemente. El que fumaba la marihuanita, el que tenía problemas legales, el que tenía sueños, proyectos. Y empecé a jalonar jóvenes que querían de alguna manera como “salir adelante”, conseguí con un grupo de amigos becas para estudio, y algunas oportunidades laborales.
Con otros armé un corito para la iglesia, fui y compré tres guitarras con una plata que me dio mi papá y empezamos un ministerio de música.
Y así, en torno a la parroquia y al padre se formaron unos vínculos de cercanía, porque yo los apoyaba, los valoraba, los quería y generamos varias cosas. Todavía conservo amistades con esos jóvenes con los que trabajé hace 20 años. Uno me ayudó como enfermero de mi papá en sus últimos días. Por ahí me llaman de vez en cuando a contarme cómo van progresando, uno que hizo un técnico en electrónica, que me compré esta casita, otro puso una plantica de estampados y se defiende
Por lo que me cuenta veo que estos jóvenes, de alguna manera, iban a confesarse con usted por fuera del espacio formal de la confesión. ¿Usted cree que es importante sacar el acto de la confesión del espacio de la Iglesia?
Claro que sí, hay que sacarla de esos espacios, de esos cajones. Tiene que ser más cercana, más fraterna, donde se sienta uno amado en su miseria y no aislado en ella.
Además porque sacarla es generar tejido social. Yo no me quedé en el templo esperando a la gente, yo me recorrí todo lo que correspondía a mi parroquia, y conocí a profundidad la problemática porque era una zona de prostitución y de expendio de drogas muy fuerte.
Entonces mirá que logramos quitarle mucha gente a la violencia y generar lazos y red social. Es que nosotros tenemos un problema, hermano, y es que tenemos una humanidad llena de estrellas pero nos cuesta hacer constelación. Tenemos que hacer la fuercita juntos.
¿Cuánto suele durar una confesión?
Pues depende, hay personas que dan muchas vueltas porque les cuesta verbalizar las cosas. Uno les puede dar un tipsito para que logren decir lo que quieren decir. Hay otras personas que confiesan es a otra persona, entonces ay que mi esposo yo no sé qué, yo no sé qué, y me toca decirles, no venga, dígale a su esposo que venga y se confiese si quiere, pero confiésese de lo suyo.
Pero la confesión no debe durar mucho, es simplemente escuchar y darles una o dos palabritas de lo que confesaron y que se vaya en paz.
¿Y la gente suele llorar mucho?
Hay mucha gente que llora. Yo no tengo un confesionario como esos muebles, porque me parecen tétricos, yo no soy capaz de sentarme en una cosa de esas a confesarme, entonces tengo una salita de reconciliación, y ahí nos sentamos de frente y conversamos. Ahí mantengo yo pañuelos faciales porque hay gente que saca lágrimas.
¿A qué cree que se deba el diseño de esos muebles donde no se pueden ver las caras y todo es a través de una rejilla, todo oscuro y misterioso?
Yo creo que es porque el penitente usualmente no quiere ser visto, sino simplemente contar el pecado porque le da mucha vergüenza de sí, de contar todo lo que cuenta. Como antes todo era tan grave.
¿Y usted cree que esa vergüenza del pecado es algo que se incita y que se busca desde ciertos sectores de la Iglesia?
Hermano yo sí creo que hay mucha gente que le gusta cargar la culpa, y regodearse en la culpa y yo creo que hay mucho sector de la Iglesia que le gusta cargar a los demás de culpa. Entonces todo lo que a nivel de formas y de lenguaje favorezca eso, de alguna manera como que les da bienestar, sintiendo que tienen que pagar por una vida mísera, porque creen más en el pecado que en la gracia del perdón.
Padre y ¿usted cree que el que peca y reza, empata?
Yo creo que es una mala transacción. Porque el pecado siempre nos lastima mucho, usted puede rezar mucho, pero es que, hombre, el desamor nos lastima mucho, no solo a los otros, sino a nosotros mismos. Entonces, ¿qué sentido tiene?
Fia