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CUERPO PERDIDO EN SOLIPSISMO

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–La primera vez que lo vi no le puse mucha atención. Yo andaba en lo mío. Pero él me buscó toda la noche. Entre más borracho, más insistía y más audaz y directo era. Yo, entre más borracho, más lo incentivaba. Finalmente me hartaron un poquito sus halagos y como por callarlo y por ejercer la libertad, le agarré la cara y lo besé. Yo la verdad nunca pensé salir con él. Mis encuentros con otros hombres eran de una noche, ni siquiera, de un momento, caprichos egolatras. Con otro hombre podía jugar sin encariñarme, sin temer a sentir nada de verdad y me gustaba sentirme deseado y perseguido. Sin embargo, hubo algo de él que me incitó a verlo unos días después y luego nuevamente la siguiente noche (O tal vez fue algo mío, las ganas de salirme de esta forma de ser tan rígida.) En esos encuentros se mostró reservado. Nada que ver con la primera vez. No me halagó, ni siquiera tomó mucha iniciativa y se mantuvo sobrio. Pero me miraba a los ojos mientras hablaba. Tomábamos y con cada cerveza yo me ponía más curioso y quería que volviera a halagarme y a buscarme. Pero ya teniéndome sentado frente a él, no había nada que buscar ni perseguir. Todavía me molesta que no me haya dicho que vivía por fuera. Después del último encuentro lo llamé y no contestó, lo busqué y no apareció. Y así, me quedé unas semanas sin saber de él, repitiendo una y otra vez aquella última noche. ¿Qué gesto suyo pudo habérseme escapado que revelara esta desaparición incomprensible? Tal vez no creyó las últimas palabras que le dije mientras esperábamos el taxi. Empecé a desesperar, a sentir que así tan rápido había pasado de ser el objeto de deseo, libre de toda preocupación, a un mero receptor de su silencio y su rechazo, una molestia. En estos cuentos de una noche con otros hombres me solía sentir poderoso, justamente porque nada me importaba, por que ninguno me llevaba a revisar las palabras dichas, ni a interpretar una y otra vez las miradas y los gestos de esas noches. La noche que lo conocí él me insistía y me alimentaba el ego y para mí todo era un juego, hasta que de repente terminó por importarme y por volverme un poco loco. No se muy bien porqué pasó (soledad, deseo, curiosidad, deseo de ser algo diferente, de abandonar el rol. En fin…) Cuando por fin me escribió, desde un número extranjero me explicó que vivía por fuera y que se había ido a los dos días de verme, y que todo lo que pasó, sumado a todo lo que tenía que hacer antes de irse, lo abrumó. Y ahora no pienso sino en verlo y bueno… el mar… la geografía. Me pregunto si todo esto se irá apaciguando con la edad.

 

Hablaba con la mirada refugiada en un rincón del cuarto, uno de esos no-lugares a los que miro cuando digo palabras que son ciertas pero me avergüenzan. Ella me escuchaba alternando la mirada entre su cuadernito y mis ojos esquivos. Todavía me cuesta hablar de ciertas cosas. No tanto porque no pueda encontrar las palabras. Las palabras están ahí, flotando. Con frecuencia logro la elocuencia sin ser del todo honesto. La verdad es que me preocupo más porque las palabras suenen bien que por que sean honestas. Las acomodo de manera que puedan protegerme. El vicio de ver en la literatura un modelo de vida. Detrás de las palabras se esconde un deseo de gritar, de romperse como un niño que llora intuyendo  el fin del mundo.

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    –¿A qué te refieres con ‘todo esto’, con ‘apaciguándose’?

    –No sé.

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Sí sé, o por lo menos sé reconocerlo. (Es como un deseo de respirar muchísimo, pero también miedo… No lo sé… No lo sé, casi duele. Es todo... Es todo. (1)) Me refiero a lo que aparece en aquellos instantes de felicidad solitaria, cuando logro hilar unos pocos días de sobriedad, de dormir bien, de cocinar, de no ser mediocre en la cotidianidad… Me refiero a lo que mueve las emociones, las mías, como un péndulo; a lo que hace de cada bella palabra dicha por un amante una droga siempre insuficiente. Lo que hace que la duda crezca sobre aquellas palabras, sobre los gemidos y los ecos de los besos recibidos. Todo es un mar de dudas, de culpa, de alegría pura y desaforada, de serenidad, de locura, de orgullo y de vergüenza. De estar loco por vivir, de quererlo todo ya y estar loco por la vida. De querer ser rescatado. (Mad to live, mad to talk, mad to be saved, desirous of everything at the same time. (2)) Tal vez eso es vivir: errar entre la serenidad y el desespero. (Aún si de repente un ángel me abrazara contra su corazón, me consumiría su existencia abrumadora. (3)) El amor y el desamor son dos caras de la misma moneda, pero la moneda cae y aterriza en el borde que separa las dos caras, y así es con todo. Todo lo que nos sucede, sucede y nos deja y aún así la vida, tan fugaz, logra hacerse insoportablemente eterna. Parece que la clave es andar sin presente ni futuro. Vivir bien es intentar vivir todos los días, cosa que es un imposible (otro). Uno puede aproximarse. Finalmente la vida también es un intento.

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Existe una dimensión adentro que escapa, que quiere hablar pero que en el momento del silencio desespera. Hay que aprender a escuchar porque ese silencio, que nos empeñamos en describir, es elocuente sin siquiera pensar en la palabra. El mundo adentro, que no duerme y sueña, es pura invención, pura creación, puro reflejo. 

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Está la necesidad de darle a todo esto una especie de sentido, un orden, o por lo menos un marco donde subsistir, algo que genere relaciones, que lo separe del flujo inabarcable… No. Mejor algo que con vocación de irse hacia afuera, invertir el remolino: del centro al horizonte. No hay de otra que aceptar el fracaso. Eventualmente, el mundo adentro intenta salir y termina por tumbar una que otra copa. Todo es intento. Solo la repetición nos acerca al significado tan obvio y tan poco específico. (Nothing, and is nowhere, and is endless (4))…Todo todo todo.

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     –Cuéntame de tu relación con él–.

     –Okay–aunque para ustedes todo tiene que ver con los papás.–Hablamos mucho pero siempre de los mismos temas: fútbol, política, filosofía. A veces hablamos de la vida pero siempre alrededor de un argumento, de una explicación, de una idea que dé sentido, un sistema que organice lo que se le ponga enfrente. Es un obsesionado con el centro. Ve el mundo desde arriba… Todo es abstracciones. Todo es normas y orden y principios con él. Todo es una autoridad serena, que se cree objetiva, que cree que la rebeldía es una etapa. A veces me habla de su juventud y me parece que era otra persona. ¿A qué horas se volvió tan serio? Pero me escucha. Y hace tiempo para mí. Sé que soy su prioridad. Eso es incuestionable.–

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    –Cuando preguntaste que si irá apaciguándose…–

    –Estos revolcones emocionales, estas inseguridades de que la persona que deseo no me quiera de vuelta, por ejemplo. Pasar de que no me importe nada a buscarle compulsivamente un significado a cada palabra o cada gesto incierto. Pongo esto de ejemplo pero la verdad es que aplica a todo, no solo a lo romántico… Que mis percepciones se equivoquen tan penosamente. Me pregunto si eso es algo inevitable de la juventud que uno eventualmente deja atrás. Esencialmente me pregunto cuándo acabará la adolescencia–.

 

 *          *          *

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Salté de la cama. Era la primera vez que me desnudaba con un hombre. Ya había besado a algunos que me insistían (alimentándome el ego) hasta que accedía, pero siempre borracho. En esos momentos de besos borrachos y ególatras, no sentía erección alguna. Eran besos guiados por la posibilidad y por el deseo de hacer algo distinto, de ejercer la libertad y no por la necesidad de sentir precisamente esos labios. Hay ciertos labios, ciertas mejillas, ciertas manos, cuya suavidad nos hace sentir que no importa nuestra libertad, que estamos dispuestos a entregarla y dejarnos ir con la corriente, entre la tempestad, dejarnos ahogar, dejarnos rescatar, dejarnos subyugar, dejarnos llenar de líquenes y algas y desintegrarnos. En estos momentos quería a toda costa pertenecer a alguien. Sin embargo, seguía luchando contra la corriente y agotándome en vano. Insistía en lo que era y lo que no y lo que podría llegar a ser. (¿No estabas siempre distraído por la expectativa, como si todo te anunciara un amante? ¿Dónde pretendes alojarla, con todos esos grandes y extraños pensamientos tuyos entrando y saliendo, y con frecuencia quedándose toda la noche? (5)).

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*          *          *

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Nunca he querido ser alguien más. Es decir, sí he soñado con ser alguien más pero sin dejar de ser yo mismo. Por ejemplo: yo ser un gran músico, o un gran poeta, tal vez un científico, o simplemente una persona de pasiones silenciosas. Como aquel cerrajero-astrónomo-amateur en Argentina que un día, sin proponérselo, terminó fotografiando una supernova por primera vez en la historia de la astronomía. Con el tiempo me di cuenta de que lo verdaderamente envidiable sería no ser alguien o ser sin ser en serio, no dejarse consumir por el invento. Hay gente que lo logra en vida (ser nadie), pero hasta ahora no he sido testigo de esta gente. Tal vez sean inventos de la historia. Personas que cuando dicen yo no aluden sino a sus deseos más necesarios (cantar, comer, dormir, desnudarse con alguien en la noche), y a lo que dentro de las fronteras porosas de sus cuerpos. Pero tampoco se trata de dejar de vivir. Lo ideal sería vivir sin aferrarse a ningún sustantivo o adjetivo.

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 Cuando era adolescente leía cierta poesía sobre un barco desatado. A través de las tormentas, el paso del tiempo y la interacción con los elementos, eventualmente deja de ser un barco para convertirse, primero, en solo un casco y luego en algo más, algo disuelto que se vuelve parte de todo lo que abarca el mar. Luego está esa necesidad de un manual, de una fórmula o como mínimo una idea general. Nada de esto existe. No hay ideas generales. Tantas que uno carga sin llevar por dentro, la diferencia entre entender e inteligir. Tantas palabras para no conocer el significado de las cosas. Tantas palabras para no entendernos. Cansa ser, cansa el rol y avergüenza tomárselo demasiado en serio: el hombre, el padre, el hijo, el colombiano, el intelectual, el escritor, el hispanoparlante, el burgués avergonzado, el socialista de salón, descendiente de españoles, romántico, niño rebelde, eterno adolescente, incluso el que pretende no ser nada. (Del sí al no, ¿cuántos quizá? Todo es escritura, es decir fábula […] Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas. (6)) El único rol que valdría la pena es el del testigo para poder decir: estoy aquí, esto está pasando. ¿Y la responsabilidad del cuerpo en todo esto? Bueno… es una parte muy específica del cuerpo la que se empeña en construir, en inventar, cosas que van más allá de nosotros, que no existen y nos terminan consumiendo. Imposible ser del todo libre mientras existan las palabras.

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*          *          *

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    –Me alegra que hayas decidido volver.

    –Bueno… sí.

La verdad es que vuelvo porque siento cierta curiosidad ¿a dónde podía llegar esto?

 

Finjo cierta curiosidad antropológica con respecto al prospecto de explorar mi propia consciencia a través de la psicología, o lo que sea que esto sea.  En fin… vuelvo por dos razones: primero, la que cuento y racionalizo y luego, la real.

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    –Mira, para la sesión de hoy quiero que hagamos un trabajo con el alma de tu papá.

 

Aparentemente es muy evidente la musculatura de mi rostro al oír esta propuesta. En estas cuestiones me divido.

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    –Noto algo de sospecha pero te voy a pedir que hagamos un esfuerzo y que le des una oportunidad.

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Accedo. Estoy aquí. Ella me pone una especie de bandana con imanes en la cabeza y luego me tapa los ojos con un antifaz. (Qué curiosa la gente que duerme con un antifaz, no en un avión ni a plena luz del día, sino en su casa, de noche y con las cortinas cerradas.) Ella levanta una palanca y reclina la silla ergonómica sobre la que estoy sentado. Luego vuelve a su escritorio. Pone una música y yo reculo internamente. Una música como de clase de yoga, como de sala de espera de clínica de rehabilitación para jóvenes adictos de clase alta, que buscan calmar ese lugar de la nuca que vive con los pelitos en un estado permanente de erguidumbre, (¿acaso cuál palabra no es invento?). Una música evidentemente diseñada para evocar el espíritu y facilitar la trascendencia con solo presionar un botón, (probablemente encasillada en alguna categoría llamada healing vibes o algo similar y compuesta por algún músico aburrido pero bien remunerado). Se supone que la música es uno de los lenguajes de dios, del alma, del espíritu y etcétera. 

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Maclau

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Maclau

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    –Te vas a relajar… cierra los ojos,–me dice a pesar de que estoy usando un antifaz,–relaja la mandíbula exhalando todo el aire que llevas dentro–. Su tono sería adecuadamente descrito como neutral y sereno. Una serenidad un tanto exasperante.

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    –Toma un par de inhalaciones… profundas… retén… el aire… y… exhala por completo. Deja que tus pulmones se llenen... al inhalar... y que tu cuerpo… todos tus músculos... se suelten… al... exhalar–. (¿Acaso el esfínter es un músculo?)

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    –Ahora imagínate en una nube blanca y pura, una nube... ancha… que sube… donde puedes descansar. Aquí... en esta nube... nadie... sabe tu nombre... ni... tu profesión. Aquí... no eres un hombre... eres un niño. Aquí... está sólo... tu alma... que es... pura... y libre... y bella... como la de todos. Toma aire... nuevamente... siente... cómo tu cuerpo... se aliviana... cómo... tu... consciencia... se dispersa... fuera... de ti… exhala... y... elévate. Estás... en medio... de la nube... solo hay... blanco... a tu alrededor... te sientas en la nube... y flotas… solo... hay luz... y blanco... a tu alrededor... infinito… blanco… Tómate un segundo... para estar... ahí... no pienses... en nada… tampoco... ahuyentes... los pensamientos. Déjalos... que vengan... y... se vayan... no los rechaces... ni... los intentes amarrar... no hagas... nada... con ellos... no son tú... no son tuyos... no son nada más… que pensamientos. Quédate ahí... en el silencio… Ahora... observa... cómo en la nube se abre un hueco… por ese hueco atraviesa tu papá... en silencio... flotando... descalzo… y todo vestido de blanco... No importa... si esta imagen te causa gracia… deja que él se siente... a tu lado... no le hables. Compartan... el silencio… y floten... en la nube… Aquí... él... no es... un hombre… no es su profesión… no es sus creencias… sus ideas… ni siquiera es... tu padre. Mira su alma... que es pura... y bella... y libre... como la tuya... y la de todos... Y dile... que lo perdonas... y... qué te disculpas… Dile... que nada de esto importa…-

 

    -¿Te sientes más liviano?- me dice después de quitarme el antifaz y reanudar mi existencia en este plano.

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*          *          * 

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Mi abuelo lucha contra la muerte a los 94 años. Mi abuela arrodillada al pie de la cama sostiene su mano, su cuerpo viejo y blanco y agotado, casi desnudo y ella diciéndole: déjese ir, déjese ir, váyase con Dios, descanse, déjese ir.  Él, sin dejarse ir, de repente, se va. Tan viejo y tan jodido, tan obviamente excedido su tiempo en este mundo, ¿por qué se aferraba tanto a este cuerpo y a este mundo? (Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño, ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear tan suelto en el espacio. (7)). Mi abuela vivirá su luto pero después descansará.

 

*          *          * 

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(Ya no basta un beso equívoco para ejercer la libertad, lo cual en realidad es aparentarla; ahora quiero ver la luz en otro hombre, en el espejo.) Salté de la cama. Desnudo.

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    –¿Por que te tapas?— No contesté inmediatamente pero era cierto: me tapaba el pene con la mano. ¿Por qué? Ya él lo había visto y también tiene uno, al fin y al cabo. Y además confío en él. Ya solo estar ahí, desnudo en mi cama con otro hombre, era para mí extender la mano en una cueva oscura.

 

    –No lo sé–, respondí pero no me destapé. Tenía una erección a medias. –No me gusta andar así como armado con un cuchillo, apuntándoselo al mundo–. Él, recostado en la cama con las manos detrás de la cabeza y las axilas destapadas, soltó una carcajada.

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    –Destápate que eso no es ningún cuchillo.– Me destapé, volví a la cama y me arropé con las sábanas. Todavía no habíamos tirado. Por más que yo intentara liberarme de esto que reconocía como otro invento, la idea de que me penetraran me asustaba, (el miedo al dolor físico y la terquedad rígida del cuerpo nuevamente poniéndose en el medio, puros reflejos). Él insistía con cierta distancia, respetuosamente, pero yo sabía que el deseo empezaba a apoderarse de su cuerpo. Yo reconocía esa mirada, no por haberla visto antes sino porque muchas veces he mirado así. Yo dándole rodeos y mi cuerpo lleno de reflejos, contrayendo sus poros, imponía fronteras rígidas y posesivas. No dije nada. Él sobreentendió lo que pasaba y, como si fuera un ser virtuoso, hizo lo más sencillo, lo que siempre olvidamos que se puede hacer: preguntó.

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    –¿Qué te pasa?–me dijo. No pude sostenerle la mirada, (mis ojos también con sus reflejos)...

    –Nada me pasa.

    –Claro que sí. No me puedes ni mirar.– Nunca he logrado saber si soy obvio o imposible de leer y siempre termino compensado mucho para un lado o para el otro. Miles de años y nada que entendemos que no hay mejor forma de hacer que se cumpla un destino que tratando de evitarlo.

    –¿Has hecho esto alguna vez?– Pensaba en qué decir hasta que me extendió la cortesía de hacerme otra pregunta que me permitiera decir simplemente, sí o no.

    –¿Lo has hecho antes con un hombre?–, a pesar de esperar esta pregunta y de desearla, me quedé frío al ver su cara y no encontrar nada escondido. Dije que no.

    –¿Quieres?– ¿Cómo decir la verdad sin decirla, sin comprometerse demasiado? Tenía poco tiempo para encontrar aquella combinación de palabras puestas en el orden adecuado, que me permitieran navegar esta situación a mi favor. Pero la voz no llegaba, no la oía.

    –Tu cara es demasiado obvia, solo habla. No busques qué decir. 

–Quiero poder hacerlo y luego quiero simplemente… hacerlo, sin tanta vuelta. Pero mi cuerpo no quiere, todavía tiene incrustada mucha mierda...– pausé, de repente muy consciente de las palabras dichas y esperando a ver qué eco devolvían.

    –Tienes miedo del dolor ¿cierto?

    –…

    –¿Pero te sientes atraído por mí?

    –Sí… mi cuerpo… como que sí como que no–, aludí torpemente a mi erección a medias, que seguía igual.

    –Podemos seguir intentando pero no quiero ser tu experimento.– Hay verdades que uno se guarda para sí mismo. Estas verdades están siempre en el mismo lugar y se tienden a ocultar con las palabras.

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Entendió que era momento de irse. Mientras se vestía yo lo miraba. Por un momento olvidé lo que pasaba. Sí me gustaba su cuerpo, sus brazos, sus piernas parecidas a las mías. Era más grande que yo. Con él me podía sentirme protegido, cosa que no había vivido antes, si mi cuerpo no estuviera tan apegado a ser una cosa y no la otra… De repente él estaba frente a mí casi vestido. Le faltaban las medias y los zapatos. Se sentó en la cama mientras se calzaba. Yo me le acerqué. En silencio puse mi mano sobre su hombro y mi cabeza sobre su espalda.

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    –No te voy a mentir: esto es un experimento ¿acaso hay algo que no lo sea?– Él se molestó con mi elocuencia y se volteó, con la mirada me hizo alejarme unos centímetros, dejé de tocarlo.

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Lo acompañé hasta la portería. Nos fumamos un cigarrillo mientras llegaba su taxi. Era tarde, noche oscura, luna escondida entre las nubes, calle vacía, ciudad ausente, el celador dormido en su caseta. ¿Qué pensaría al vernos? A lo mejor entendía perfectamente. De repente él se volteó hacia mí. Me sonrió echándome humo en la cara. Yo no pude sino sonreír de vuelta. Y así, tan suave, llegó la voz:

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    –Mira, cuando digo que esto es un intento, es cierto… Pero no es capricho. Es contigo, no con nadie más. Si contigo no puedo es que de verdad no puedo. Pero déjame intentar–.

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Llegó el taxi y no supe si el tiempo de mis palabras fue oportuno o no. Sin que yo me lo esperara me dio un beso, uno corto e inocente. Me gustó que no tuviera barba, que su piel fuera lisa, pero no me gusta, en nadie, el sabor a cigarrillo. Sin embargo sonreí y me sonrío de vuelta. Me sentí frente a un espejo. Levantó su mochila del piso y se dirigió al taxi.

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    -Tu cuerpo eres tú. No te des tan duro-.

 

*          *          * 

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Con la mano aclaro el vapor impregnado en el espejo y me peino. Me peino para luego despeinarme. Me acerco a mi reflejo para ver si es preciso afeitarme. No lo es. A veces me gusta lo que veo en el espejo… Ojos serios y castaños, (¿qué vería alguien más en ellos?), cejas cafés y gruesas pero no muy gruesas, pelo algo desordenado, brazos delineados por los años y mis manos… (lejos, lejos como si un abismo le separara de sus manos (8)). Me veo todavía muy joven, mi cuerpo es muy joven todavía. Después de un rato me averguenzo frente al espejo, como si alguien me estuviera viendo. La mirada propia en el espejo, que finalmente no es algo que exista en realidad, me amarra. Querer ser nadie. Un mundo sin espejos ni palabras, ¿llegará el día en que te comprometas a ser nadie? La línea es delgada entre contener multitudes y oír voces. Hay una parte de mí, de todos, que nadie nunca llega a conocer, está demasiado enterrada por miedos y reflejos. Soy propenso al amor a primera vista, ¿cuántas veces lo he forzado? Me he enamorado muchas veces ¿cuántas verdaderamente? ¿Cuántas veces me enamoro de una idea o de la propia imagen en el espejo de otros ojos?

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Esta tendencia de encontrar romances imposibles y dejarlos regados por el mundo, ¿qué tan accidental podría llegar a ser? Tal vez soy un adicto al imposible (otro más), adicto al anhelo, a sentir que hay algo físico que nos separa de la otra persona: un mar, una distancia medible, un vidrio que divide el mundo de afuera del de adentro. Porque no hay nada más decepcionante que estar caminando con alguien por la calle, en el mismo continente, en la misma ciudad, en el mismo pedazo de acera y sentir que el abismo va por dentro, que no hay vidrio ni distancia y sin embargo... Mejor darle ese mérito al mar, a la geografía, en general a cualquier no-coincidencia. Sin eso tal vez la culpa sería mía y eso me aterra. La culpa me aterra. Tal vez es mala suerte.Tal vez es solamente eso. No… nada es solamente nada.

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Hoy nada me turba, nada me da miedo. La libertad no es necesariamente desatarse y disolverse. (I’ll tell you what freedom is to me: No fear. (9)) Justo ahora frente al espejo quiero verlo, estoy feliz de verlo. ¿Qué pasó con estos meses tan largos que pasaron como si no hubieran pasado? En este tiempo hablamos casi todos los días y yo pensaba, ¿cuánto durará esto? ¿hasta dónde llegará el impulso? Y llegó hasta aquí, hasta hoy, el impulso de aquella vez, cuando dije la verdad esperando a que llegara un taxi. (Such a sight to behold, when you’ve got small words to mold, but still you can make them your own. (10)) En todo este tiempo no he dejado de mirarme en el espejo, sin  siquiera verme. Ojos abiertos que descansan. Ojos abiertos que descansan haciendo de cualquier pared un horizonte. Vuelvo a mi desnudez y a mi reflejo. Suena el timbre. Es él.

1.  Clarice Lispector. Cerca del Corazón Salvaje

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2. Kerouac. On the Road.

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3.  Rilke. Elegías de Duino. Primera Elegía

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4.  Larkin. High Windows. 

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5.  Rilke. Elegías de Duino. Primera Elegía. 

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6. Cortazar. Rayuela. Capítulo 73

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7.  Rilke. Elegías de Duino. Primera Elegía. 

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8.  Clarice Lispector. Cerca del Corazón Salvaje. 

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9.  Nina Simone en entrevista. 

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10.  Sight to Behold. Devendra Banhart

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