Getsemaní sin sus raizales
Una iglesia amarilla, llena de moho y carcomida por el tiempo es el corazón de Getsemaní, uno de los primeros barrios de Cartagena. A sus alrededores se encuentra la Plaza de la Trinidad, que lleva el mismo nombre de la parroquia; algunas estatuas, bancas de madera y las casas de estilo colonial. Nunca hay silencio, ni de noche, ni de día: música, voces, carros, todo se mezcla sin distinción entre las calles, bares, discotecas y restaurantes que desde hace unos años han desplazado a los raizales originarios del sector.
La historia de este barrio se remonta al siglo XVI, cuando la zona era conocida como la Isla de los Franciscanos y las murallas dividían a Cartagena territorialmente. Este arrabal, como le llamaban, era el hogar de los mulatos, negros e inmigrantes que no podían vivir dentro de la Ciudad Amurallada. La población creció en torno a la Plaza y durante casi 300 años distintas generaciones de las mismas familias habitaron el territorio.
En 1978, después del cierre del mercado público que había funcionado por casi un siglo, la economía del barrio entró en declive y se convirtió en una zona de tolerancia hasta 1984, cuando el casco histórico fue nombrado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y se comenzó un proceso de recuperación con la construcción del Centro de Convenciones y Exposiciones de Cartagena de Indias. Esto generó que a finales de los 90 otro ciclo de apertura económica iniciara.
Debido a su proximidad a la Ciudad Amurallada y a sus patrimonios históricos y culturales, Getsemaní no tardó en convertirse nuevamente en un epicentro turístico de gran importancia económica para la ciudad. Tanto, que para el 2018 la Revista Forbes lo posicionó como el cuarto barrio ‘más cool’ del mundo bajo la premisa de que la zona no “está completamente aburguesada y está habitada por familias que han vivido en la misma casa durante múltiples generaciones”.
Pero, para finales del 2020, esa afirmación no era del todo cierta. Según la Junta de Acción Comunal del barrio Getsemaní para aquel momento, quedaban, en promedio 200 predios residenciales de 905 que habían en total. Un número significativo de familias se habían tenido que desplazar para otros sectores de la ciudad debido a la valorización de la zona, ya que esta traía consigo el alza del costo de vida.
A este fenómeno se le conoce como gentrificación, un proceso de transformación urbana en el que la población original de un sector deteriorado es progresivamente desplazada por otra de mayor nivel adquisitivo, trayendo consigo consecuencias sociales y urbanísticas.
“Al perder las bases culturales de sus habitantes originales hay una degradación de la identidad. Se cambia la idiosincrasia por un valor económico. Urbanísticamente, tiene mucho peligro, porque al convertirse en una zona pudiente hay la necesidad de aumentar la densidad, que es la capacidad de carga que tienen los tejidos urbanos para albergar población. Además, se pierde el derecho a vivir en la ciudad”, aseguró Walberto Badillo , quien era arquitecto y docente de planificación urbana de la Universidad del Norte.
Este fenómeno no sólo afecta a residentes de la zona, sino también al resto de la población cartagenera que frecuentan estos espacios, como José María Amarís, quien afirmó que desde el año pasado ya no es rentable visitar la zona como lo era anteriormente. Esto ocurre, según él, porque ya no es una salida ‘barata’, no hay siquiera donde sentarse y “los turistas lo miran a uno feo”.
Por otro lado, algunos negocios pertenecientes a raizales se han visto beneficiados por el alto flujo de turistas, como es el caso de Iván Ríos, dueño del Buffet de la Plaza y habitante del barrio. Este, atestiguó que Getsemaní ha cambiado mucho en los últimos años y que es cierto que muchas familias se han mudado de la zona por cuestiones económicas, pero debido a su larga historia considera que es muy difícil que la esencia del barrio se pierda.
Sin embargo, los expertos como Badillo consideran que eso último sí puede suceder y que además, el área no estaría caracterizada por el encuentro y la apropiación del territorio por parte de la comunidad, sino por su relación de consumo. “Sin la población, Getsemaní no puede ser lo que es hoy en día. Los valores patrimoniales es lo que lo hace diferenciador a un espacio urbano de otras ciudades. La manera de apropiarse del espacio es lo que finalmente construye territorio”, concluyó el arquitecto.
El profesor Badillo falleció un par de meses después de esta entrevista.