LA VERDAD SOBRE DICIEMBRE
A partir del 31 de Agosto de cualquier año en Colombia, como un lamento merodeante y nostálgico sobre lo que ya no se hizo, se oye la siguiente frase: “No… ya se fue el año”. Esta frase se hizo famosa por ridícula y logró encumbrarse en el lugar más alto al que pueden aspirar las palabras en la cultura popular: el dicho. La cierto es que casi todos los dichos tienen algo de verdad, hay una sensación de derrota que se insinúa en nosotros entre desde el primero de septiembre hasta el 31 de noviembre. Pero luego llega… diciembre. Y ahí sí, como nos dicen los Billos Caracas Boys cada año sin falta: a mover la colita.
¿Pero qué más es diciembre aparte de un retorno al folclor, de aquel staccato tan andino y caribeño a la vez, revolcarse con el primo o la prima detrás de un arbusto mientras las tías, las mamás, cantan Cariñito, cuando apenas son las 11? ¿Qué más es diciembre? “Una colección de 31 días con sus noches”, me dice un viejo chaparrito, comprimido por los años y la bogotanidad, que se ajusta su gorrita chapineruna (como la que usaba mi abuelo), como signo de puntuación ante tan sagaz observación. Es innegable que tiene razón, más razón que cualquier otro. Pero sin embargo, llámenme terco, sigo creyendo que diciembre es algo más.
Cerca de la Universidad Nacional un estudiante flaco, aspirante ingeniero de sistemas, con gafas de oficinista, manzana de adán protuberante y la ilusión de una barba en la cumbamba (posiblemente irritada por una prestobarba de dos mil, posiblemente luchando contra un brote de acné) me dice: “Hermano, eso es un invento capitalista, pa’ ponerlo a usted a consumir. Así como el ganado hermano, le abren la reja, botan el concentrado y todos a meter la jeta entre el canal. A consumir papá, a consumir…” Yo lo interpelo y le digo que sí, que tiene algo de razón y que esa consumidera de mierda a la que nos entregamos indulgentemente al final de cada año en efecto es un cuento pero, ¿que a quien no le gusta que le den un regalito? El tipo se encoge de hombros y yo le pregunto qué le va a pedir al Niño Dios. El tipo tarda unos segundos en soltar la carcajada y botarme un madrazo amigable. Tras la partida de mi amigable interlocutor me pongo a reflexionar y resulta que hasta estoy de acuerdo: Diciembre, la navidad, el Niño Dios, Papá Noel etc. son poco más que campañas de mercadeo diseñadas para incentivar el consumo masivo y desaforado hacia fin de año, con el probable objetivo de acabar inventarios, mover la última mercancía del año calendario e inflar los precios con ediciones especiales y productos de vanguardia comercial (una Barbie latina, negra o indígena en vez de blanca por ejemplo–mejor tarde que nunca–o cualquier producto de Apple al que le falta una nueva pieza esencial). También logran atar el consumo a la culpa (a mí culpa, a mí culpa, a mí gran culpa), de manera que si uno, como este futuro ingeniero de sistemas, reniega de esas tradiciones, es visto y tildado de amarrado, amargado y amamertado, la gran clásica dupla: capitalismo y culpa cristiana. Afortunadamente una trabajadora sexual con quién hablé (cuando estaba conduciendo una entrevista, vale la pena aclarar) me dijo que se siente aliviada porque este año un señor cliente se ofreció a comprarle los regalos a sus dos niños. “Él es un arquitecto, es un señor de la alta sociedad. La verdad a mí lo que me da es alivio saber que ya mis hijos tienen regalos esta navidad. Es que no hay nada que uno aprecie más que se preocupen por los hijos de uno.” Me alegra oír esta pequeña muestra de decencia y caridad humana.
Y es que diciembre sí parece despertar en nosotros una llama caritativa y generosa. (“Nosotros” implica en este caso una cierta e inevitable burguesía.) Siempre se oyen casos en las noticias de grandes donaciones, de esfuerzos colectivos para regalar anchetas, empresas que buscan darle un impulso a los empleados más humildes de sus líneas. Sin embargo, nunca es el jefe quien está cuidando la puerta del edificio de la empresa el 24 de diciembre a las 11:50 de la noche. Me causó cierta curiosidad la razón por la cual en diciembre se avivan los impulsos generosos entre la ciudadanía.
“Es sencillo”, me dice una diminuta y arrugada señora vestida en tonos opacos y modestos, dejando una pausa que me hace dudar porque, al fin y al cabo, nada es sencillo. “Nuestro señor Jesucristo nació en diciembre, no por cualquier cosa celebramos la navidad en diciembre. ¿sí ve joven? No es capricho ni casualidad: diciembre está lleno de actos bondadosos como esos reyes magos que viajaron de tan lejos y trajeron incienso, mirra y oro, el burro, el buey, el establo, digo el pesebre, todo eso.” Algo de razón tiene la diminuta señora arrugada. Diciembre sí está lleno de sacrificios y de actos bondadosos, pero aventuro una hipótesis alterna: “Mire señora, en diciembre algunos reciben regalos y afecto y celebran y festejan en familia, pero otros no. Es como cuando usted sale de un restaurante, un asadero, y se pide una picada y se la manda y sale llenísimo del establecimiento y ve a un pobre tipo muerto de hambre parado en la acera pidiéndole una monedita. Uno se siente culpable, siente empatía, siento incluso rabia ante la injusticia de uno estar tan lleno y satisfecho mientras este pobre infeliz vive en la miseria. Eso es lo que lo impulsa a uno a compartir.” La señora parece no disfrutar de mi analogía porque se despide de repente. Bueno, tampoco es malo querer ayudar a otros de cuando en cuando. Sería el colmo del cinismo psicoanalizar la generosidad hasta el punto de volverla un vicio. Eso, la caridad, diciembre lo tiene de bueno. Seguramente habrá otros que ven el año acabándose y les entra el miedo y la necesidad de cuadrar cuentas morales o místicas con uno u otro ser/entidad/ley superior, y por eso les entra la regaladera. También se vale. También se ganan partidos al último minuto.
Diciembre es el último minuto, y como tal, se vive con intensidad, se deja la piel en la cancha. Por eso el Doctor Atilio Moreno del hospital de San Ignacio nos advierte de las principales causas de percances físico-corporales que agobian a los colombianos en diciembre: “Quemaduras, intoxicaciones, heridas por riñas y accidentes de tránsito están entre los principales motivos de consulta, con el agravante de que la mayoría se pueden prevenir”. Indiscutible la evaluación del doctor. El trago, la soledad o el exceso de compañía, las presiones socio-económicas de los regalos, el estrés de la presencia familiar, y las ganas de terminar el año en grande, contribuyen a estos padecimientos. Y la pólvora… Cada año veo una nueva propaganda contra la pólvora. No han logrado desligarse los publicistas de aquella estética lúgubre, siniestra y trágica, muy propia del film noir, para llevar a cabo su cometido: asustarnos para que no caigamos en la clásica guevonada de darle un volador al niño. De pronto deberían intentar una campaña más festiva (como la del NO a Pinochet), una que diga que sin pólvora la vida será más alegre, que sin quemaduras de tercer grado o sin la pérdida de extremidades la vida es más próxima al gozo. Tal vez deban recurrir más al sentido del humor a la hora de desincentivar el uso de pólvora, aquello siempre es recomendable. Pero finalmente más de acuerdo con esas propagandas no puedo estar. Siempre he visto en la pólvora una expresión tonta de la masculinidad, además de que asusta a los canes (pecado imperdonable). Y es que la combinación es letal: trago y pólvora. Solo nos faltan las pistolas y somos gringos. Ante mi suposición de que se refiere exclusivamente a pólvora, el Doctor Moreno menciona otro tipo de quemaduras. No es solo pólvora: heridas o quemaduras por causa de aceites y otros líquidos en estado de ebullición. Claro, tal cantidad de fritos, de sopas, natilla, ajiaco, sancocho, dejan a la suegra echa un chicharrón. ¿De dónde sale esa obsesión decembrina con la suegra? Obsesión que sí existe, como bien evidencian Los Corraleros de Majagual:
Fric
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Fric
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Una vez bailaba yo, con mi novia en el calla'o
Yo bailaba quebradito y ella bailaba pega'o
Le apretaba la cintura
Y estaba yo entusiama'o
Cuando chequé que mi suegra
Me tenía el ojo clava'o
Cogí la pareja entonces
Y le di una vuelta entera
Y así le dije a mi novia
Pa' que me oyera mi suegra
Negrita no aprietes tanto
Mira que estoy sofoca'o
Mejor bailemos abierto
Porqué así es más refina'o
Enseguida oí que mi suegra
Comentaba con la gente
Hay que yerno tengo yo, tan pulido y tan decente
En fin… no debo caer en demasiadas digresiones. Pero es que diciembre también es una idea, una imagen, una serie de imágenes pésimamente compuestas, con el solo propósito de comunicar masivamente una verdad simplista, vulgar y olvidable, mejor dicho: un noticiero. Siempre hay alguna tragedia (inundación, derrumbe, miseria general latinoamericana) enmarcada por una cámara siempre más elevada que el sujeto retratado y acompañada por preguntas ridículas que a su vez son respuestas, también ridículas: “Y a pesar de todo usted sigue con la fuerza y disposición para salir adelante y no dejarse derrotar, ¿cierto?” A lo cuál el sujeto contesta lo único que puede contestar: “Sí, con el favor de Dios”. También es frecuente el reportaje del 23 de diciembre en el que se muestran oficinistas apurados corriendo en mocasines y/o tacones por algún generico centro comercial, con un titular que lee: “Consumidores dejan compra de regalos para último minuto. Tiendas operan en horarios extendidos.” Las imágenes se reciclan porque nosotros lo hacemos posible con nuestros eternos retornos a Gran Estación.
Aún así, todos sabemos lo jodido que es romper con ciertos patrones (la vida tiene inercia), y entre más repetimos algo, más lo repetiremos nuevamente. Pienso ahora en la gente que pasa el año entero sola, con el amor guardado en una caja de cartón, como el arbolito y el pesebre. Llega el año nuevo y, sin decírselo a nadie porque no hay nada más incómodo que una soledad patética, escriben en un papel que este será el año del amor. Luego pasa un año y ese papel deja de ser una esperanza perdida y se convierte en una burla y una posible maldición. Diciembre para mucha gente es una canción (tal vez Gotas de lluvia o Lloró mi corazón), sonando en un bucle sin fin, atrapada en su eterno retorno de USB cargada con temas decembrinos. Diciembre es no tener a quien dedicarle Loquito por ti.
Le pregunté a una amiga cercana ¿para ti qué es diciembre? Su respuesta solo me dejó espacio para emitir el siguiente sonido: ush. La respuesta que me dio fue la siguiente: “Diciembre en Colombia es la voz insistente de un niño cantando en la radio "que la vida es bella y que diciembre es amor", mientras quien conduce cierra la ventana del carro al ver que unos niños pidiendo plata se le acercan.” Nuevamente reconozco algo de verdad en su declaración, finalmente la verdad está repartida entre nosotros (a cada quien le toca un pedacito). Pero las verdades verdaderas son difíciles de mirar a la cara. No sé si es por que todo final tiene en sí algo de ritual, o si es porque diciembre está cargado de teología, consumismo, y obligaciones destinadas a alterar nuestros contratos sociales por un mes (no ser tan ratas por 31 días), pero el caso es que diciembre es un espejo en el cual nos vemos a nosotros mismos tan felices, afortunados, mezquinos, ricos, pobres, malaventurados, amargados, solos y presos de nuestros impulsos como somos. Nunca es fácil mirarse en un espejo, mucho menos un 1 de enero, cuando ya toda la magia se acabó y toca arrancar la cuesta nuevamente. Sin embargo, no debemos entregarnos al cinismo y a la desesperanza, por lo menos no completamente. Debemos no (lo único que debemos es las deudas adquiridas para pagar vacaciones y regalos), pero sí nos conviene ser agradecidos con el año, así sea tan malo como este, porque al fin y al cabo siempre nos dará lo que necesitamos: una burra negra, una yegua blanca y una buena suegra.
Fric
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